Hace unos meses paseé por la exposición que la National Portrait Gallery de Londres dedicaba a Virginia Woolf. La escritora desapareció una mañana de marzo de 1941. Se había llenado los bolsillos de piedras y sumergido en las aguas del río Ouse. Con un escalofrío, observé su bastón, abandonado a la orilla del río, gracias al cual Leonard Woolf conoció el destino de su esposa incluso antes de encontrar la carta que le dejó: voces interiores la acosaban, escribía con dificultad, no podía leer. Su cuerpo se recuperó semanas después.
Woolf no fue la única artista en elegir el río como último descanso. Robert Schumann se lanzó al Rin en 1854, aunque él fracasó en su intento de suicidio. Murió dos años después, en un hospital psiquiátrico.
Algunos psiquiatras e historiadores de la medicina han aventurado un diagnóstico a posteriori –si bien los diagnósticos de este tipo están condenados a permanecer en la incertidumbre- de Woolf y Schumann: trastorno bipolar1.
Frecuentemente asociamos la depresión a un estado de profunda melancolía y apatía, pero lo cierto es que dos tercios de las depresiones pertenecen al espectro bipolar, enfermedad en la que normalmente se alternan etapas de depresión profunda con periodos de euforia, locuacidad e hiperactividad (hipomanía o manía, según la severidad), que en los casos más graves pueden ir acompañados de delirios de grandeza o incluso psicosis. Estos síntomas son tan antagónicos que cuesta reconocer que sean manifestaciones de una misma enfermedad; una enfermedad de todo menos rara, ya que, con diversos grados, afecta hasta a un 2% de la población.
Una antiguo mal
Y eso que es posible que la primera descripción de un paciente europeo con trastorno bipolar sea muy antigua, tanto como la de una paciente atribuida a Hipócrates.
“Una mujer de Tasos (…) como resultado de un dolor justificado se volvió lúgubre, sufría insomnio, perdió el apetito (…) tenía miedo (…) hablaba demasiado; mostraba un gran abatimiento (…) utilizaba un lenguaje sin sentido (…) sufría dolores intensos (…) brincaba y no podía ser sujetada (…)”
La escuela médica helénica, de tradición eminentemente binaria, reconocía en la enfermedad mental dos “extremos de la locura”. Por un lado, existía la melancolía, en griego, literalmente, bilis negra (melas, kholé). Recordará el lector que la bilis negra era uno de los cuatro humores que componían el organismo según la tradición médica griega, junto a la bilis amarilla, la sangre y la flema, y que del desequilibrio entre ellos nacía la enfermedad. Así, mientras un exceso de bilis negra resultaba en un temperamento melancólico, el exceso de sangre o de bilis amarilla provocaba el otro extremo de la enfermedad: la manía. Buscar el origen de esta palabra es tan complejo como interpretar los síntomas: pudiera derivar de ania, angustia, pero también pudiera proceder de manos, relajación, o de monusthae, búsqueda de la soledad, o de monia,persistencia, y así hasta siete posibles significados.
Areteo de Capadocia, en el siglo I, pudo ser el primero en sugerir que ambos extremos de la locura eran en realidad síntomas opuestos de una misma enfermedad. Para él, la melancolía no era sino la antesala de la manía. Pero como es casi imposible hablar de las raíces históricas de los conceptos biológicos o médicos sin él, hemos de decir que algunos autores creen que Aristóteles, varios siglos antes, ya había anticipado esta posibilidad.
Una de las primeras descripciones modernas del trastorno bipolar se la debemos a un médico español, Andrés Piquer-Arrufat. Piquer-Arrufat, nacido en la provincia de Teruel, fue profesor de Anatomía en la Universidad de Valencia y tradujo las obras de Hipócrates por primera vez al castellano. Médico de la corte entre 1751 y 1759, observó y trató de comprender la enfermedad mental de Fernando VI, el cual, de la misma manera que su padre Felipe V, sufrió graves episodios maníacos que le mantenían despierto durante la noche (obligando a toda la corte a invertir su ritmo circadiano), y le provocaban ataques de violencia contra ellos mismos y sus cortesanos. Tras la muerte de su esposa Bárbara de Braganza, a la que cuentan que estaba muy unido, la depresión de Fernando VI se agravó. Se retiró al palacio de Villaviciosa de Odón, enmudeció, intentó colgarse varias veces, y finalmente murió en 1759, a los 45 años, postrado en su cama, y envuelto en sus propios excrementos.
A la muerte de su real paciente, Piquer-Arrufat escribió un tratado médico, Discurso sobre la Enfermedad del Rey Nuestro Señor Don Fernando Sexto (que Dios guarde). En él, el médico acuña el término affectio melancholico-manica para describir la enfermedad del rey, término sobre el que escribe: La melancolía y la manía, aunque se tratan en muchos libros separadamente, son la misma enfermedad. Cuando la mente enferma se mueve por el miedo y la tristeza, lo llamamos melancolía; y cuando lo hace por la ira y la audacia, manía. Una de las características imprescindibles en la práctica de Piquer-Arrufat fue la observación longitudinal de los síntomas, imprescindible para observar y relacionar la alternancia de síntomas como derivados de un mismo mal. Gracias a la observación, reconoció variaciones circadianas y estacionales en los ataques del rey. Además, anticipó que los síntomas que observaba en Fernando VI se debían a daños cerebrales. Sorprendentemente, (o tal vez no tanto, a ver quien se atrevía en el siglo XVIII a cuestionar la perfección divina de los reyes) este tratado permaneció inédito escondido primero en la biblioteca privada del duque se Osuna, y más tarde en la Biblioteca Nacional, hasta su edición como parte de una colección de documentos históricos en 1851.
El nacimiento del concepto moderno
El mismo 1851, Jean-Pierre Falret, en el importante hospital de la Pitié-Salpêtriere de París, escribe un artículo con el título: “De la folie circulaire ou forme de maladie mentale characteriseé par l’alternative réguliere de la manie et de la mélancholie”. El concepto de folie circulaire se caracteriza por la existencia de ambos tipos de síntomas, incluso separados por largos periodos de lucidez, una descripción contestada tres años más tarde por Jules Bailleret con su folie à doublé forme, que consideraba sólo la alternancia de los síntomas maníacos y depresivos.
Unificando ambos conceptos, el influyente psiquiatra alemán Emil Kraepelin, considerado uno de los padres de la psiquiatría moderna, estableció el concepto delocura maníaco-depresiva en 1899, concepto que sin duda resultará familiar a los fansdel gran guitarrista zurdo Jimmy Hendrix.
Un año antes de que Hendrix nos contase cómo la depresión maníaca se apoderaba de su alma, en 1966, los trabajos de Jules Angst y Carlo Perris re-exploraron la clasificación de los trastornos depresivos, y se comenzó a sustituir el término locura por el de trastorno, un giro necesario del lenguaje para eliminar el estigma y la falta de comprensión que aún hoy en día pesa sobre las personas que sufren enfermedades mentales. Estigma un tanto absurdo, sobre todo teniendo en cuenta que, según MIND, laAsociación Nacional para la Salud Mental de Reino Unido, una de cada cuatro personas experimentará algún tipo de problema relacionado con la salud mental al menos una vez en su vida.
Los genios melancólicos
Aristóteles propuso la asociación del carácter melancólico con la genialidad, preguntándose por qué aquellos que sobresalían en filosofía o poesía o las artes eran melancólicos. Para su maestro Platón, y para Sócrates, la manía era un estado de posesión divina. Como los filósofos griegos, algunos psiquiatras actuales consideran que las enfermedades afectivas como el trastorno bipolar pueden contribuir al desarrollo de la creatividad, si se quiere de los temperamentos geniales. Incluso hay quien aventura si los mismos polimorfismos genéticos y mecanismos que contribuyen al particular desarrollo de nuestra corteza prefrontal, la estructura cerebral que tanto se ha desarrollado en los primates con respecto a otros mamíferos, también lo hacen a la susceptibilidad a padecer una enfermedad mental y a poseer una alta creatividad.
Aunque estas hipótesis no dejan de ser controvertidas y difíciles de comprobar, lo cierto es que la lista de personalidades de los que se ha emitido un diagnóstico tentativo (a posteriori, con los problemas de verificación que esto supone), como personas con trastorno bipolar es larga e ilustre: además de los citados Woolf y Schummann, Ernest Hemingway, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Charles Dickens, Sergei Rachmaninoff, Piotr Tchaikovsky, Lord Byron, Paul Gauguin, o Edvard Munch. Aunque no hay que irse tan atrás en el tiempo: el actor Stephen Fry explica aquí como es la vida de una persona diagnosticada con trastorno bipolar.
Pero, ¿es la creatividad es una consecuencia de la enfermedad o una manera que tienen las personas que la sufren de combatirla?2 En este sentido, Munch, que pasó varias épocas de su vida en instituciones psiquiátricas, escribió: Mis problemas son parte de mí y de mi arte, si los destruyera, destruiría mi arte. Quiero mantener mis sufrimientos. Nietzsche, que sufrió varios ataques maníacos a lo largo de su vida, agradecía a su enfermedad que le proporcionara un centenar de puertas traseras a través de las que escapar.
En cualquier caso, que seamos conscientes de que las personas que sufren una enfermedad mental son capaces de llevar a cabo grandes obras puede contribuir, cómo dijimos hace unas líneas, a desterrar el estigma que pesa sobre estas personas. Después de todo, tal vez la melancolía sea el precio a pagar por la sabiduría. Y no sólo, puesto que investigar la relación entre creatividad y enfermedad mental podría ayudarnos a desarrollar terapias comportamentales en las que, como apuntábamos, el fomento de la primera pudiese ser de utilidad para combatir la segunda.
En 1949, sólo ocho años tras el suicidio de Virginia Woolf, se reportaban los resultados de un estudio en el que se comprobó la eficacia de un sencillísimo compuesto que aún se receta, muy potente en la prevención del suicidio: las sales de litio. ¿Hubiese salvado el litio a Virginia Woolf? ¿Hubiese el litio cambiado su arte? Desafortunadamente, nunca lo sabremos.
Actualmente, la hipótesis del desequilibrio de humores ha sido sustituida por otras hipótesis sobre desequilibrios en neurotransmisores como la serotonina. Disfunciones en el lóbulo prefrontal, como hemos comentado, parecen claves para explicar la etiología de estos trastornos. Debidamente diagnosticadas y tratadas, las personas que padecen episodios de trastorno bipolar no tienen por qué diferenciarse de la población que no los sufre. Pero sobre circuitos neurales, neurotransmisores y fármacos, hablaremos otro día.
Este post ha sido realizado por Carmen Agustín (@Carmenagustin) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Referencias
- Angst J, Marneros A. (2001) Bipolarity from ancient to modern times: conception, birth and rebirth. J Affect Disord. 67(1-3):3-19.
- Bischoff U, Treumund F (2000) Munch Editorial Taschen
- Pérez J, Baldessarini RJ, Cruz N, Salvatore P, Vieta E. (2011) Andrés Piquer-Arrufat (1711-1772): contributions of an eighteenth-century spanish physician to the concept of manic-depressive illness. Harv Rev Psychiatry. Mar-Apr;19(2):68-77.
- Pies R. (2007) The historical roots of the “bipolar spectrum”: did Aristotle anticipate Kraepelin’s broad concept of manic-depression? J Affect Disord. 100(1-3):7-11.
- Taylor K, Fletcher I, Lobban F. (2015) Exploring the links between the phenomenology of creativity and bipolar disorder. J Affect Disord. 2015;174:658-64.
Notas
- El caso de Virginia Woolf es muy complejo: como agravante o desencadenante de su enfermedad se han considerado los abusos sexuales a los que sus hermanastros la sometieron; como factores que aceleraron el fatal desenlace los intensos bombardeos nazis sobre Londres, que habían destruido pocos meses atrás su casa, y el miedo a las consecuencias que una invasión nazi pudiera acarrear a los Woolf, ya que Leonard era judío.
- Agradezco a @oiturbide la inspiración para escribir este párrafo.
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